Arsenio Lupin, La Condesa De Cagliostro
La obra que se constituye en el eslabón clave para lograr captar el fondo real de la saga de Maurice Leblanc, de las desviadas maneras y el aparente antisocial espíritu de Arsenio Lupin. Raúl se frotó las manos. Decidió volver a la posada y dormir. A su tiempo se enteraría de lo que preparaban el barón y sus invitados y de quién era la criatura infernal a la que deseaban suprimir. Puso todo en
La obra que se constituye en el eslabón clave para lograr captar el fondo real de la saga de Maurice Leblanc, de las desviadas maneras y el aparente antisocial espíritu de Arsenio Lupin. Raúl se frotó las manos. Decidió volver a la posada y dormir. A su tiempo se enteraría de lo que preparaban el barón y sus invitados y de quién era la criatura infernal a la que deseaban suprimir. Puso todo en orden, pero, en lugar de marcharse, se sentó frente a un velador donde había una fotografía de Clarisa y, poniéndola delante suyo, la contempló con profunda ternura. Clarisa dEtigues... Un rostro fresco de rubia, rosa y delicado; cabellos opacos como los de las niñas que corren por los caminos de Caux... Raúl no ignoraba la mediocridad intelectual de esos hidalgos, últimos vestigios de otra época Por crédulos que fueran, ¿acaso no tenían ojos para ver? Además, frente a ellos, la actitud de la Cagliostro parecía aún más extraña. ¿Se negaba a destruir una leyenda de juventud eterna que le agradaba y favorecía la ejecución de sus proyectos? ¿O bien, inconsciente del terrible peligro que pesaba sobre su cabeza, consideraba toda esta escenografía como una broma? El coche se detuvo. Ayudados por el barón, sacaron del interior a una mujer, cuyas piernas y manos estaban atadas DOrmont le quitó la bufanda y descubrió la cabeza. Entre los asistentes hubo una exclamación de estupor... Pero un grito sofocó los murmullos. El príncipe DArcole había avanzado y, con la cara contraída y los ojos desgarrados, balbuceaba: Es ella... es ella... la reconozco... ¡Ah! ¡Es aterradora!