Este libro no parte de ninguna tesis liberadora ni escamotea lo más crudo:El dolor es un dragón anidado en la gruta de nuestro cuerpo y cada día nos calcina silencioso con el fuego de su alientodesaliento, subrepticio, invisible, subjetivo, intransferible, secreto, maldito. Por mucho que las opiniones bienintencionadas nos digan que algo debería poder hacerse, lo cierto es que no hay paliativos efectivos, excepto, imagino, convertirnos en seres aletargados por inducción de alguna combinación farmacológica demasiado potente, la cual nos dejaría fuera de juego, en estado casi vegetativo y sin poder hacer uso de nuestra inteligencia.Sin embargo, Hernán Valladares Álvarez traza las líneas maestras de un itinerario de vitalismo incondicional:Ahora, el mayor orgullo vital, constitutivo del carácter, y sin embargo virtuoso por gracia de la alquimia del sufrimiento y la superación, consiste en seguir adelante, practicar el amor y la curiosidad sin límites, seguir construyendo una existencia con sentido. Considerar que, incluso en las peores circunstancias, la vida es una oportunidad, la Gran Oportunidad.No se deja sumergir en las gélidas aguas de la catástrofe:Me gustaría conquistar un remedio, a ser posible psicógeno -por ejemplo, segregando opioides endógenos como las encefalinas, las endorfinas y las dinorfinas-, que cada sujeto pueda desarrollar desde dentro mediante el uso de su inteligencia, un remedio infalible, ser capaz de objetivar la técnica y regalársela a quienes viven cotidianamente inmersos en el dolor, esa bestia negra contra el placer de vivir. Sería mi gran regalo a la humanidad.Ofrenda sin megalomanía. Y la lámpara maravillosa está únicamente sobre nuestros hombros:Algo extraordinario albergamos en nuestra mente. Mientras hay vida.Pero no se queda en la inconcreción ni propone fórmulas mágicas, establece algo semejante a leyes físicas a las que todo sujeto puede agarrarse, si es su voluntad la de la permanencia:Nuestro apego a la vida sobrepasa todos los límites imaginables, negocia las condenas más inmisericordes con la habilidad del mejor abogado del mundo, capaz de ganarle la batalla judicial al juez sin clemencia de la catástrofe.» No existen las culpas, los castigos, las condenas; el azar, nos dice en algún lado, es una ley necesaria: «¿Se nos acusa acaso de merecer este castigo? ¿No son bastantes los ejemplos de malvados sin condena e inocentes condenados cada día por el hambre, las guerras, la enfermedad y el dolor?El autor trasciende siempre lo personal. Con el estoico Epicteto, asevera: «¡Somos libres a pesar de todo! Nos lo dice la experimentación. Hemos de seguir apostando por la hermosura de estar vivos».