Mi salchicha no tiene WI-FI

Con una vida marcada desde su nacimiento por el cambio, la búsqueda y la aventura, el autor se enfrenta, desde temprana edad, a los sucesivos retos que se le presentan, unos buscados y otros que le salieron al paso. Pero su último reto estuvo a punto de superar el límite de sus fuerzas. Así nos introduce en el texto:"Si cuando leáis estas páginas os enteráis de que el autor no consiguió sobrevivir, sabed que algo no hizo bien. Ese algo, ese matiz diferenciador, ese detalle que a la postre decide entre vida o muerte es distinto en cada caso y es también misterioso, incomprensible e inexplicable. Ese algo es de lo que se pretende tratar en estas páginas. Por eso he evitado, como si de la peste se tratara, dar consejo alguno a ningún adicto. Porque no tengo ninguno. Y a sus amigos y familiares solo uno: nunca deis consejos a un adicto".El autor hace una pasada muy rápida por su propia biografía, a grandes saltos, como excusa para mostrarnos qué vio, qué sintió y qué aprendió en el breve vistazo que el destino le permitió echar al infierno y a la muerte. A ratos irónico y nostálgico, otros agrio y descarnado, pero todo envuelto en una sinceridad descarada, nos relata junto con su experiencia vital y en forma de notas lo que ha aprendido de algunos maestros del pensamiento y que le han ayudado a entender solo un poco qué es "esa cosa que sucede" y que llamamos José Antonio Pérez.Descubrir y aceptar el alcoholismo, enfermedad incurable, progresiva y mortal, como parte de la vida que le ha tocado y hacer de ello una oportunidad para crecer y mejorar es su reto y su aventura más emocionante: una apuesta a todo o nada. A una vida plena o a una muerte terrible. Y así, de entre los escombros de una vida, desde la crudeza, a veces, del relato, surge un canto agradecido a la verdad, a la reflexión, a la vida, a la libertad y a la esperanza, entonado con la inenarrable emoción de quien se sabe un prófugo del infierno...